El sobrepeso y la obesidad son un problema de salud pública que está impregnado en la sociedad mexicana desde ya hace muchísimas décadas. Bastará con recordar las historias de nuestros abuelos relatando la concepción que se tenía antes del gordito feliz y saludable. Al pasar el tiempo esta visión fue cambiando paulatinamente volviendo objeto de burlas y chistes a las personas con sobrepeso. Todo esto promovido en gran medida por los medios de comunicación y puesto en práctica en diferentes entornos, comenzando por la familia. Esto fue trascendiendo con el pasar de los años hasta llegar a la franca descalificación, violencia y discriminación hasta estigmatizar a esa población. A este conjunto de conductas se les ha venido denominando como gordofobia.
Todos en algún momento hemos sido parte del fenómeno de la gordofobia, ya sea como víctima o victimario, incluso hasta por omisión. Lo peor del asunto es que la mayoría de este tipo de conductas comienzan desde la familia, se repiten en la escuela, los vínculos afectivos, incluso hasta en el trabajo. Por este tipo de conductas se ha creado la imagen del gordito chistoso y torpe. Lo cual va mermando la autoestima de la persona que es víctima de este tipo de conducta, incluso, puede favorecer para que caiga en un estado depresivo. Lo grave del asunto es que se repite tanto y desde diferentes frentes, que el individuo puede llegar a sentirse culpable de su condición, recriminándose a sí mismo por no ser cómo los demás y volviéndose alguien que también puede ejercer violencia para con los otros.
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A consecuencia de lo anterior, están surgiendo en la actualidad diferentes movimientos sociales y campañas de márquetin que buscan hacer contrapeso a la gordofobia. Lo que se está buscando es normalizar los cuerpos de gran peso y talla como una suerte de reivindicación y empoderamiento de dicha población. Podemos dar cuenta de ello a través de diferentes marcas de ropa o revistas de moda que cada vez buscan más personas de tallas grandes – en su mayoría mujeres - para ser la cara de sus marcas, colocando encabezados como: “Es mi cuerpo, nadie puede opinar sobre el” “Me gusta ser gorda” etc.
Por lo tanto, tenemos en un primer momento a la gordofobia como una forma de violentar a las personas por sus características físicas. Puede ser desde los “pequeños chistes” hasta la ofensa directa por no estar dentro de los ideales de belleza establecidos. Lo cual a la larga va provocando baja autoestima y en ocasiones ansiedad y depresión. En el otro extremo tenemos al movimiento de normalización de la obesidad como una suerte empoderamiento y apropiación del cuerpo. Lo delicado del asunto es que ambos movimientos se van a dos polos opuestos. Porque mientras la primera postura violenta emocionalmente a las personas con sobrepeso por no alcanzar un ideal de belleza establecido. La segunda – en su intento por frenar la violencia- niega y omite de manera deliberada el sobrepeso como una enfermedad, incluso que hasta lo promueve.
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Al final - me parece- ambas posturas terminan por olvidar el problema de fondo que nos involucra a todos, tanto como individuos, como a la sociedad en general; la obesidad como una enfermedad mundial. Debemos de tener cuidado con no convertir el cuidado de la salud en un discurso de odio y violencia hacia con los otros, pero también tratar de no caer en un movimiento ideológico que niegue el estado del cuerpo. Hay que recordar que el tema nunca ha sido estético; reducir el número de la báscula o el de nuestra talla de ropa, sino disminuir y alejarnos de problemas de salud. Por lo tanto, habrá que encontrar puntos medios en donde se pueda apoyar a las personas sin que se sientan discriminadas o forzadas a cumplir con un ideal de belleza, sino encaminar hacia el cuidado de su salud aceptando que todos los cuerpos son diferentes a pesar de estar en un peso ideal para su salud
ESPECIALISTA
Omar Segura
Psicólogo
Psicólogo y psicoterapeuta interesado en sacar lo mejor de las malas experiencias, para de ahí tomar la fuerza que le permita al paciente construir una mejor versión de sí mismo. Mantiene una empatía constante.