¿Qué vemos cuando nos vemos frente a un espejo? Hay algo enigmático en ver nuestra propia imagen, hay una tendencia a querer corroborar algo, a la vez que hay algo que no se reconoce del todo, ¿por qué volveríamos a mirarnos al espejo de un día a otro, o de un año a otro si tuviéramos la certeza de que somos los mismos?
Quizá habrá muchas respuestas; el cuerpo que tenemos cambia frente a nosotros desde la infancia hasta el mismo segundo en que nos volvemos a reconocer en el reflejo, pero ¿cómo construimos, reconstruimos esa secuencia? ¿Qué nos permite saber que somos aquel niño en tanto cuerpo e imagen y el posterior cuerpo e imagen adulto?
Podemos entonces pensar en una autoreconocimiento constante que no es necesario, que por un lado ponemos en el nombre, en cómo nos llaman los demás, desde que somos marcados con un nombre que nos identifica, de esa sonoridad hecha voz en la que alguien nos hace un llamado recurrente, que en la infancia se nos repite ese nombre hasta que podemos asociarlo a nosotros mismos, a nuestro cuerpo y a nuestro entendimiento.
Ahora, hablamos de la palabra y la voz, pero paralelamente quizá algo similar ocurra con nuestra propia imagen, quizá tanto no asumimos inmediatamente el nombre hasta una asociación que parte de una exterioridad, de esa insistencia de quien o quienes nos auxilian durante la infancia, que nos dicen, “te llamas tal, responde”. De ahí se empieza a construir parte de lo que llamaremos identidad, o un yo.
¿Algo similar puede pasar con el cuerpo? Supongamos que piensa x cuando ve su reflejo, quizá lo más normal es hacer un juicio, “debo bajar de peso”, “tengo mucha panza”, “ya me veo más fuerte”, etc, con la inmensa posibilidad de adjetivos o ideas con las que se puede pensar ese reflejo, pero es entonces a esa dimensión de articular una oración en relación a una imagen que podemos pensar cómo es que llegamos a significar ese cuerpo y hacerlo nuestro, será entonces la apropiación de nuestro cuerpo por la palabra, con ella, un punto donde se vinculen.
Si bien el nombre propio lo fuimos construyendo y reconstruyendo a través de una exterioridad, ¿no es así que construimos nuestro cuerpo?¿no vendrá también nuestra imagen de esa misma exterioridad? ¿no será una forma de ser visto y ser llamado más allá de nombre? con un “te amo”, “eres hermoso”, o algo quizá más temible “no me gusta sus ojos”, “se parece a su abuela que no me cae bien”, o aún algo más terrible “eres perfecto-a”, ¿no será esa dimensión externa que nos nombra lo que eventualmente devuelve ese reflejo que entonces no sería un mero efecto óptico sino una construcción afectiva de la propia imagen?
¿Habrá posibilidad en que se nos nombra el cuerpo por los demás primero por las madres, los padres, abuelos, abuelas, hermanos?
Quizá en su percepción que empezamos a reconocernos, en cómo nos miran y nos llaman, más allá del nombre propio, es decir de cómo nos pueden llamar con palabras en la mirada, en el gesto, en el acto, en el ser amado o excluido, nuestro cuerpo tiene nombres que vienen de campo del deseo de otro.
¿Cuáles son los nombres de nuestros cuerpos?
Especialista
Omar González
Psicólogo
Psicoanalista con interés en la forma de escucha enfocada en la singularidad de cada paciente, desde una ética estructurada por hacer surgir lo propio de cada siento frente a los malestares que pueda padecer. Con experiencia en el campo clínico y enfocado a temas de obesidad y cuerpo.