Si bien todas las personas experimentamos distintas emociones frente a los sucesos cotidianos de la vida, observamos que hay quienes mantienen un dominio de sí mismos aun frente a los sentimientos más dolorosos o las situaciones más difíciles; mientras que otras se sienten abrumadas y viven como intolerables las experiencias afectivas más coloquiales.
¿Por qué observamos estas diferencias?
Las expresiones emocionales están enraizadas en nuestra naturaleza humana, son una función de nuestro cerebro evolucionado, dan riqueza a nuestra vida mental y matizan todos nuestros vínculos con otras personas. Sería irreal pretender erradicarlas o dominarlas en forma absoluta, pero todos buscamos tener control de nuestras respuestas afectivas, pues es sabido que la incapacidad para regular los sentimientos y las reacciones frente a los mismos, ocasiona problemas significativos para adaptarnos y para relacionarnos.
¿Cómo conseguir un mejor control de mis emociones?
En primer lugar es indispensable detenerse a reflexionar de qué manera estamos interpretando las situaciones, qué significado otorgamos a lo que ocurre, a lo que hacemos, así como a lo que otros hacen o dicen. La forma en que interpretamos las experiencias incide directamente en la forma en que reaccionamos frente a ellas y todos, conforme crecemos, adquirimos ciertos estilos o tendencias en nuestra forma de ver la vida. Mientras más marcada sea la propensión a dar una connotación negativa a los sucesos, mayor será la tendencia a generar una emoción negativa al respecto.
Por ejemplo, Laura observa que dos compañeras de trabajo pasan largo tiempo conversando entre ellas. Podría interpretar esto como algo natural, pensar que hablan sobre algo que tienen en común o que les interesa a ambas, que se entienden bien y que más tarde tendrá oportunidad de conversar con ellas. O bien, podría darle otra perspectiva y sentir que la están excluyendo, que no desean compartir con ella su plática porque seguramente les cae mal o que incluso, están hablando acerca de ella y por eso la hacen un lado. La primera interpretación dejará tranquila a Laura y seguramente no le afectará, mientras que la segunda le ocasionará un estado de ánimo negativo y con mayor probabilidad, la hará reaccionar con enojo o a la defensiva frente a sus compañeras.
Se comprende que el ver como amenazas o agresiones sucesos que tal vez no lo sean en realidad, nos hará más difícil controlar la respuesta emocional que generemos al respecto. También es esperado que cuando las cosas no resultan como deseábamos, o cuando sufrimos una pérdida o nos sentimos mal físicamente, predomine en nosotros un estado de ánimo negativo y experimentemos tristeza, enojo o frustración. Sin embargo, hay que considerar que todas las situaciones son pasajeras, tanto las placenteras como las desagradables; de modo que hay que aprender a atesorar las experiencias que nos dan alegría y a sobrellevar los momentos dolorosos.
Si almacenamos preponderantemente los eventos difíciles y descartamos las buenas vivencias, de forma inconsciente estaremos propiciando que frente a una nueva adversidad, sea más intensa y abrumadora la respuesta afectiva, y por lo tanto, que nos sea más difícil de manejar.
Tampoco será de mucha utilidad pretender no pensar en lo que nos agobia, por el contrario, otro aspecto fundamental para aprender a regular las emociones, consiste en desarrollar la capacidad de pensar para comprender lo que nos pasa. Y para comprender es preciso analizar la situación, identificar qué es lo que nos hace sentir y considerar diferentes perspectivas a fin de valorar lo adecuado de nuestra reacción, especialmente si la primera emoción fue de furia o desesperación.
Antes de perder el control, es importante desarrollar la capacidad para tolerar el malestar y pensar, preguntarnos si es algo que vamos a resolver en ese momento o que tenemos que decidir en forma inmediata. Tal vez podemos encontrar una mejor solución si le damos más vueltas y consideramos otras opiniones, pero sobre todo, si lo reflexionamos a la luz de un estado de ánimo más sosegado. Las emociones muy intensas generan una sensación de estar frente a un callejón sin salida, nos impiden considerar el futuro y las consecuencias; nos llevan a actuar precipitadamente porque sentimos desesperación. Es importante saber de antemano que cuando nos sentimos así, no es el mejor momento para decidir ni actuar, sino que es momento de tolerar y reflexionar.
Y por supuesto, ayuda apoyarnos en técnicas que de antemano sabemos que nos funcionan para tranquilizarnos o para mejorar nuestro humor. Hay quienes practican la relajación o la meditación, pero puede ser algo tan sencillo como escribir nuestros pensamientos en lugar de actuar, o simplemente hacer algo que nos guste como escuchar música, caminar o leer.
Escrito por: Rosa María Buendía
Con quince años de experiencia en psicoterapia, está interesada en aplicar el psicoanálisis para ayudar a los pacientes a conocerse mejor, a comprender sus emociones y a mejorar sus vínculos.