Todos los días nos alimentamos, independientemente de nuestro trabajo, la rutina, las responsabilidades y pendientes, cada día de nuestra vida nuestro cuerpo nos pide que le ayudemos con alguna fuente de energía que le permita realizar todas nuestras labores. Pero en medio de esas actividades que todos llevamos a cabo, ¿Cuántas veces nos detenemos a pensar en la influencia que tienen nuestras emociones en nuestra propia alimentación?
¿Qué tan conscientes somos de las emociones que estamos experimentando en los momentos en que nos viene un antojo a la cabeza? ¿Nos damos cuenta de qué existen días en los que estamos particularmente hambrientos y antojadizos pero al mismo tiempo son días en los que estamos experimentando presiones, angustias o algún tipo de complicación en nuestra vida? ¡Adentrémonos un momento a pensar juntos sobre estas cosas!
Pero para empezar :
- ¿Qué es la “alimentación”?
- ¿A que nos referimos con nuestras “emociones”?
El acto de alimentarnos consiste en aquellos comportamientos por medio de los cuales suministramos alimentos a nuestro cuerpo, a su vez, “Los alimentos proporcionan la energía y los materiales de construcción para las incontables sustancias que son esenciales para el crecimiento y la supervivencia de los seres vivos. La forma en la que los nutrientes se convierten en partes integrantes del cuerpo y contribuyen a su función depende de los procesos fisiológicos y bioquímicos que gobiernan sus acciones.” (Mahan y Stump, 2009, p.1) Lo cual quiere decir que al alimentarnos no solo le proporcionamos a nuestro cuerpo la energía que requiere, sino que además le damos la materia prima que necesita para crecer y para funcionar adecuadamente. Esos alimentos que introducimos en nuestro cuerpo pasaran a formar parte del mismo.
En lo que se refiere a nuestras emociones, debemos aclarar que en muchas ocasiones las confundimos con los sentimientos y los afectos, sin embargo no son lo mismo. Morris en 1997, afirma que “Las emociones son experiencias de sentimientos como temor, alegría o sorpresa, que también activan la conducta aunque en forma menos predecible.“(p. 342) De manera que una emoción tiene que ver con el reflejo en nuestro cuerpo de algún tipo de sentimiento que estamos experimentando y del cual en ocasiones no somos plenamente conscientes. ¿Cuántas veces no nos ocurre que en un momento en que no la estamos pasando bien venga alguien más a decirnos que nos perciben nerviosos, angustiados, inquietos, decaídos, irritados, etc.? ¿Cuántas veces no es sino hasta que el otro nos lo hace ver que entonces tomamos conciencia de que algo nos está ocurriendo y que no nos sentimos del todo bien?
Ahora que hemos definido lo que es la alimentación y las emociones, podríamos reconocer aquellos momentos en el día en que le llevamos a nuestro cuerpo sus nutrientes. El desayuno, la comida, la cena, y en general todos aquellos alimentos que nos llevamos a la boca a lo largo del día. Pero entonces que sucede con aquellas ocasiones en que ya terminamos de comer y tenemos una sensación de no poder, o no querer, parar. Un impulso de continuar comiendo, muchas veces aún sabiendo que ya estamos satisfechos o incluso consumiendo alimentos de un modo excesivo o descontrolado y sin percatarnos de la velocidad o la cantidad que ya nos suministramos. Momentos en que sentimos un apetito feroz que nos lleva a la cacería de algún tipo de antojito que por adelantado sabemos que será consumido en una abundante, y muchas veces poco saludable, cantidad. Ocasiones en que estamos dando vueltas y vueltas a un problema en nuestra cabeza y que sin darnos cuenta, al mismo tiempo, no dejamos de llevarnos algún tipo de alimento a la boca. Lo más probable es que en cada uno de estos ejemplos nos encontremos experimentando algún tipo de emoción, de la cual no somos plenamente conscientes o tenemos una idea vaga de lo que nos la ocasiona, pero que al mismo tiempo resulta difícil precisar con palabras lo que nos está ocurriendo o como está afectando dentro de nosotros aquello que estamos viviendo.
- ¿Esto nos ocurre a todos o solo a mí me pasa?
- ¿Eso quiere decir que tengo una enfermedad o un problema?
En realidad estamos hablando de una circunstancia que es común a todos los seres humanos. Si pensamos en la línea del desarrollo en la vida y observamos a las personas a lo largo de la misma podremos notar la presencia e influencia de nuestras emociones en nuestra alimentación. Por ejemplo, imaginemos un bebe de brazos que es alimentado por su madre, en ese acto, ella no solo le suministra los nutrientes que requiere el cuerpo del infante sino que le proporciona toda una experiencia emocional de bienestar, satisfacción y contacto. Es una situación en la que para el bebe no solo se trata de que lo alimenten sino que consiste en un momento de estar con la madre, el padre o el adulto que se encarga de cuidarlo (González P., 2005). Las necesidades que el infante está cubriendo van más allá de su nutrición y se refieren a la seguridad, la compañía, la búsqueda de afecto, etc. Ahora bien, si avanzamos en esa línea de la vida podemos pensar en los juegos del niño con sus hermanos al momento en que están sentados en la mesa, compartiendo los alimentos pero también desplegando todos los matices que se juegan en una relación fraterna, desde las complicidades hasta las grandes rivalidades y los juegos. Vayamos ahora con los adultos, que frente a un logro laboral, la culminación de una meta personal o incluso un festejo de cumpleaños, inmediatamente tiene la ocurrencia de organizar un momento de estar con sus familiares, amigos, pareja, compañeros, etc., una circunstancia donde seguramente abundaran ricos manjares que llevarse a la boca pero también se jugaran la infinidad de emociones que se encuentran presentes en todos los vínculos humanos.
- ¿Qué quiere decir todo esto?
- ¿De qué me sirve pensar en mis emociones y la relación que tienen con mi alimentación?
Como conclusión podemos decir que la acción de alimentarnos siempre va a estar ligada con las emociones, en ocasiones nuestro estado emocional es el que nos lleva a comer y no tanto el hambre física o las necesidades de nuestro cuerpo. A su vez la comida, nos produce toda una serie de emociones que suelen ser placenteras y que nos permiten olvidarnos de las molestias y los problemas. En ocasiones incluso los alimentos se vuelven una especie de barrera que usamos para no hacer contacto con nuestras emociones, para no enterarnos de ellas ni mucho menos pensar en lo que nos las ocasiona.
Terminemos esta invitación a estar con nosotros mismos y con nuestras emociones respondiendo alguna de las siguientes preguntas: ¿alguna vez he comido no tanto por hambre sino porque me siento solo? ¿Cuándo tengo un dolor, una preocupación, un enojo o una tristeza en mi vida eso extingue o despierta mis antojos? Cuando ya terminé de saciar el hambre de mi cuerpo y no puedo parar de darme ese gusto o ese placer con la comida ¿Qué necesidad emocional es la que no estoy llenando? ¿De verdad la comida es la única fuente de satisfacción en mí día a día? ¿Qué hay del resto de placeres y momentos de alegría que me puedo proporcionar en la vida? ¿Acaso la comida es mi única forma de hacer contacto con los otros? ¡Si ya comenzaste a hacerte estas preguntas y alguna de ellas te hace eco, no dudes en consultarnos, nosotros somos los especialistas que podemos acompañarte a pensar juntos en el papel que juegan las emociones dentro de tu alimentación en tu vida!
Escrito por: Allan J. Hernández Ceron
“Allan Hernández, psicólogo y psicoterapeuta, siempre interesado en la transmisión de la importancia que tienen las emociones y los pensamientos para llevar una vida saludable, tanto dentro como fuera de uno mismo. En VIME procura conjugar este deseo con la psicoterapia.”