Se conoce como duelo a la serie de reacciones emocionales que se desencadenan a partir de una pérdida significativa para la persona. Puede tratarse del fallecimiento de un ser querido, una ruptura amorosa, la frustración de una meta anhelada, o bien una pérdida material, como la de un empleo o un bien que se valora.
Cuando una experiencia de este tipo acontece en la vida de una persona, es común que se transite a través de distintos estados emocionales que eventualmente conducen a la recuperación en el ámbito psíquico y a un restablecimiento del equilibrio, a pesar de lo doloroso que haya sido la pérdida.
La negación suele ser la reacción inicial, a manera de un mecanismo de defensa que en lo inmediato protege a la mente del afectado, a fin de amortizar el impacto y proporcionarle tiempo para procesar el suceso. Es bien sabido que cuando recibimos una mala noticia, nuestra primera respuesta refleja incredulidad; en eso consiste la negación.
Posteriormente surge el enojo, una vez que la negación ya no puede sostenerse y nos vemos precisados a enfrentar la dolorosa realidad de la pérdida, nos rebelamos frente a ésta mediante pensamientos y acciones que denotan la ira que nos provoca el tener que atravesar por eso que nos causa tanto sufrimiento. El encono puede dirigirse hacia la vida misma, el destino, hacia otra persona a quien culpamos del suceso, a un poder divino e incluso contra uno mismo.
A partir de este enojo se desencadenan intentos de negociación, que por lo general se desarrollan en la vida de fantasía de la persona doliente, pero que en ocasiones trascienden a acciones concretas mediante las cuales esperamos recuperar lo perdido, regresar las circunstancias a su estatus anterior, retroceder en el tiempo o al menos, aminorar el dolor que sentimos en ese momento.
Sólo cuando se ha transitado a través de este proceso de intensas reacciones emocionales, se accede a la fase de depresión propiamente dicha. Es el momento en que la psique comienza a aceptar la pérdida como una realidad irreversible, experimentando profundos sentimientos de tristeza y dolor. Se considera este momento como la etapa aguda del duelo, en la cual la persona llora genuinamente por el vínculo o el bien que se perdió, pero al mismo tiempo, es capaz de reconocer y atesorar las cualidades que lo hacían tan valioso, pudiendo alcanzar paulatinamente un sentimiento de aceptación.
Es así como se culmina el proceso de duelo, no se trata de una actitud resignada, sino que implica toda una transformación de la vida anímica y mental, a través de la cual la persona logra reconstruirse integrando en su historia aquello que se tuvo y se perdió. Sin embargo no siempre ocurre así, pues en algunos casos el doliente no puede avanzar en estas fases y es entonces cuando nos enfrentamos a un duelo patológico.
Una de sus manifestaciones más notorias está en la duración, se considera normal un periodo de entre seis meses y dieciocho meses para procesar una pérdida significativa, como la muerte de un ser amado. Si después de este tiempo no se ha logrado un sentimiento de aceptación y no se puede hablar del suceso sin desmoronarse, es un indicio claro de que la pérdida no se ha procesado.
Otra situación ocurre cuando el duelo se congela, cuando la persona persiste en la negación y se rehúsa a avanzar en el decurso emocional de este proceso. Por ejemplo, cuando alguien se resiste a aceptar la terminación de un vínculo amoroso, no cesa el contacto con la ex pareja y mantiene su atención y su energía canalizados hacia la misma persona, de modo que no es posible llegar a asumir la pérdida, con los sentimientos de enojo y tristeza que esto conlleva; por lo que tampoco le es posible reorganizar su vida y sus emociones para establecer nuevos vínculos.
Otra manifestación común del duelo congelado es cuando tras la muerte de una persona muy significativa, se mantienen las posesiones del difunto y su habitación se conserva intacta, demostrando de esta manera que la pérdida no se asume, sino que por el contrario, persiste la esperanza de que esta persona regrese.
Algunos factores que pueden predisponer a la aparición de un duelo no resuelto son: cuando las circunstancias que rodearon la pérdida fueron sumamente violentas o traumáticas, o bien cuando ésta se dio en una forma muy repentina e inesperada. Otros aspectos que pudieran obstaculizar la aceptación, son cuando la personalidad de quien sufre la pérdida tiene marcados rasgos de ansiedad y tendencia a establecer vínculos de dependencia, o bien cuando la relación que se tenía con la persona que se perdió era demasiado conflictiva.
Escrito por: Rosa María Buendía
Con quince años de experiencia en psicoterapia, está interesada en aplicar el psicoanálisis para ayudar a los pacientes a conocerse mejor, a comprender sus emociones y a mejorar sus vínculos.