Durante las practicas clínicas se pueden observar diferentes formas de expresión sobre la insatisfacción que provoca el sufrir de obesidad, sin embargo, me he planteado y he corroborado que el experimentar una insatisfacción profunda desde alguna etapa de la vida también se puede expresar mediante el cuerpo, y en especifico, se logra expresar mediante la obesidad.
Lograr encontrar la razón de dicha insatisfacción no es una tarea sencilla, requiere tiempo en sesión, además de mucho trabajo por parte del terapeuta y el paciente, sin embargo, hay algunos rasgos de su personalidad que se pueden apreciar durante este arduo camino.
Una dificultad que presentan algunas personas obesas son poder diferenciar sensaciones de hambre y saciedad, así como para identificar sus emociones. Esta dificultad y la insatisfacción que se presenta en estas pacientes generalmente tiene su origen en la relación temprana con la madre. Un patrón constante en sesión es escuchar como las pacientes describen madres con fallos en la empatía, incapaces de saber qué le pasa a su hijo cuando llora: si tiene hambre, frío, sueño, dolor, etc. Se trata de madres que calman cualquier molestia a través de la alimentación por lo que la persona va creciendo sin distinguir qué es lo que le produce malestar y aprendiendo que la comida es la respuesta adecuada para aliviarlo. Son personas que comen cuando se “sienten mal” y a menudo no saben determinar si ese “sentirse mal” es tristeza, ansiedad, estrés, ira, culpa, cansancio, etc. Como no se identifica la causa del malestar, es difícil solucionarlo, por lo que cada vez se come más y más.
A su vez, el sentirse señaladas, exhibidas, y tener mucha sensibilidad ante las criticas y para reconocer sus emociones, la obesidad produce un nuevo malestar e insatisfacción que de nuevo se combate comiendo.
Algunas personas llegan a la obesidad como una reacción ante el miedo que les producen las relaciones de intimidad con otro ser humano. En este proceso a veces se suman otras variables como la construcción de la identidad en torno a factores únicamente intelectuales (de nuevo aparece la desconexión mente-cuerpo). Un ejemplo es el de mujeres que han desarrollado una carrera profesional brillante en un mundo de hombres. El exceso de kilos ha borrado las curvas de su cuerpo y el rastro de su identidad femenina, lo que les hace sentirse más cómodas entre sus colegas. Cuando por motivos de salud intentan adelgazar, uno de los impedimentos que se presentan es el miedo al cambio. El cambio corporal amenaza su identidad y favorece la aparición de situaciones que han querido evitar como el encuentro íntimo con otras personas, lo que está asociado a una enorme angustia.
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