Corren los años de nuestra vida y la realidad de nuestro día a día cambia en algunos aspectos y en otros no. Avanzamos sin una certeza de lo que pasará pero cargados de ilusión y entusiasmo por todo lo que podríamos lograr, temerosos por aquello que desconocemos y que escapa a nuestro alcance y control. Angustiados e incómodos por todo aquello que no hemos sabido evitar, resolver o cambiar.
Hasta aquí no hago más que remitir a la universal condición humana, sin embargo en ocasiones llevamos otro tipo de carga, un peso que viene atado a nuestra propia persona, un peso que puede mas no tiene que ser condición humana. Los kilos de nuestro cuerpo, mudos compañeros que avanzan aferrados a nuestra presencia sin importar a donde vayamos. No nos abandonan, ni para ir al baño ni en el trabajo ni cuando convivimos con la familia. Imponen su existencia determinando a cada momento nuestra propia apariencia. Desafían a nuestra voluntad recordándonos a cada momento que hay algo que no estamos pensando, hay algo que hemos dejado pendiente, algo que no estamos atendiendo aunque nos grite y susurre desde debajo de nuestra propia piel.
Pero ¿Qué son esos kilos? ¿Son solo cúmulos de lípidos que se apelmazan? ¿Son cifras que se disparan cada vez que me subo tortuosamente a la báscula? ¿Son fastidiosos recordatorios de que algo me pasa? ¿Qué son? ¿Cómo fue que se volvieron inseparables a mi persona? ¿En qué momento deje que se acomodaran? ¿Cómo fue que me acostumbre a cargarlos en cada paso que doy en mi vida? Quizá estas son preguntas que nadie pueda contestar salvo yo mismo pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo entender lo que representan esos kilos que me siguen a donde quiera que vaya? Si fuera tarea simple contestar estas preguntas ¿acaso no las habría resuelto ya en tanto tiempo que he tenido en mi vida?
Para algunos de nosotros estos kilos representan un cumulo diario de decisiones tomadas, algunas más pensadas y asumidas pero la mayoría ni un segundo caviladas, apuestas por el placer inmediato pero fugaz, pagarés firmados a sabiendas de que, con golpes de culpa y remordimiento, traerán contra las cuerdas a nuestra autoestima. Para otros se trata de abandonos a nosotros mismos, muchas veces en favor velar por el bienestar de algún otro, sea nuestra familia, conocidos, o trabajo, que se erige como el único merecedor de nuestro tiempo y dedicación, sometimiento esclavizador al que nos arrojamos sonrientes y con un aire de heroísmo embaucador. A veces esos kilos no son más que fruto de nuestra desconocida ignorancia, pues nos dejamos llevar por el sentido común, por lo que suponemos ser lo bueno y lo malo pero que en realidad nunca nos detenemos a averiguar su veracidad, confiamos ciegamente en lo que nos dicen y en lo que nos han enseñado, aun cuando la evidencia de nuestro cuerpo nos diga día a día que algo se nos ha escapado, algo no era tan cierto o tan simple como nos lo explicaron. Esos kilos llegan a ser una prueba de mi necesidad de hacer explotar mi imaginación, desplegar la curiosidad por aquellos placeres que puedan llegar a mi vida por otra vía que no sea mi propia boca, dejar a un lado la necesidad de saborear la vida para empezar a mirarla, olfatearla, tocarla, bailarla y extasiarme con todo su arsenal de melodías. Esos kilos se podrían movilizar si dejo de agregarles el ingrediente de mi rigidez, mi obstinación y mi inflexibilidad para cambiar la rutina. Quizá mis kilos no sean más que una muestra proporcional de mi necedad y mi orgullo galopante que siempre me vuelven difícil la humana circunstancia de detenerme un segundo a pedir y recibir ayuda de alguien más.
Puedo tenerle más o menos cariño a estos compañeros que me abrazan, pero lo que no puedo negar es que ellos son fieles testigos de lo que he hecho, lo que he dejado de hacer, lo que en su momento empecé pero más adelante no supe seguirlo, lo que me hubiese gustado, lo que ya no ha sido pero que, en tanto yo me mantenga vivo, aun podría ser.
Los seres humanos somos capaces de escalar montañas, luchamos ferozmente por el bienestar de aquellos a los que amamos, resistimos pacientemente las tempestades hasta encontrar la calma, surcamos los mares y el cielo a bordo de transportes que surgieron de nuestro ingenio e inventiva, creamos fármacos que desafían a la propia muerte y prolongan nuestras vidas. Hacemos lo impensable, lo que de inicio parecía imposible o al menos improbable. ¿Por qué yo no he de poder despedirme de estos kilos si son viejos compañeros que me amargan? ¿Por qué yo no he de dejarlos ir? ¿Agradecerles su a veces cálida y a la vez pesada compañía? ¿Será que soy yo quien no dejo que se vayan? ¿Será la desnudez de su ausencia la que no confío como una nueva compañera? ¿Quién soy yo sin estos kilos? ¿Qué podría surgir debajo de esta piel que tanto me atemoriza? ¿Será que ya sin su presencia mi vida se complejizaría con un torrente de nuevas posibilidades y años saludables en potencia? ¿Será que no quisiera comprometerme a vivir sin su presencia? ¿Por qué ustedes amigos míos no se van? Les agradezco su tenacidad pero ya no necesito de su compañía, hoy estoy aprendiendo a dejarlos ir, quiero saber vivir bien sin ustedes. Por cierto ¿Qué significa para mí vivir bien sin ustedes?
Escrito por: Allan J. Hernández Ceron
“Allan Hernández, psicólogo y psicoterapeuta, siempre interesado en la transmisión de la importancia que tienen las emociones y los pensamientos para llevar una vida saludable, tanto dentro como fuera de uno mismo. En VIME procura conjugar este deseo con la psicoterapia.”