La alimentación es una conducta que está determinada por muchos factores. Uno de ellos que quizá no se tiene tan en cuenta es el factor emocional, parece que el estado emocional en que una persona se encuentra puede afectar la cantidad de comida que ingiere, la calidad de esta (si se prefiere comida rápida o fácil de preparar que comida que implicaría tiempo de espera por su preparación), incluso la preferencia por algunos alimentos, ya sea por su significado o asociación, así como la velocidad de ingerirlos.
Algunos ejemplos de ello se pueden encontrar en las emociones básicas y algunas de sus asociaciones más comunes. Por ejemplo, la ALEGRIA que podemos llegar sentir al alcanzar una meta o logro se suele asociar con merecer un premio, incluso muchos padres de familia educan con premios a sus hijos. Esta conducta alimenticia se puede traducir como “darse un gusto”, curiosa metáfora asociada al sentido del gusto, de los sabores que en muchas ocasiones se vive literalmente pues suele ocurrir que las personas se premian con alguna reunión que implica el consumo de algún alimento especial para aquel a quien se premia.
Otro ejemplo es el MIEDO, las sensaciones de angustia, ansiedad, preocupación; generan una sensación en el estómago que muchas veces resulta intolerable. Hay quienes ante preocupaciones o ansiedades suelen empezar a picar comida o a comer sin darse cuenta de que lo hacen, suele ser una conducta muy inconsciente que busca acallar un estado emocional desde una conducta alimenticia sentida en lo corporal. El problema es que el miedo no se resuelve comiendo pues a pesar de sentirse en el estómago no es hambre y no viene de él.
La TRISTEZA comúnmente influye en la alimentación quitando el apetito, sin embargo, en algunos casos influye aumentando el consumo de alimentos dulces, esto se puede explicar tanto desde una cuestión orgánica como desde una asociación de significado, pues si bien esos alimentos dulces pueden generar sustancias que nos devuelvan energía de manera temporal, también es una manera de “endulzarnos la vida” ante esos “tragos amargos”.
Aquello que nos incomoda al grado de generarnos repulsión, intolerancia, es una expresión del ASCO, emoción que suele ocurrir ante lo intolerable, lo que no queremos contener, aquello que no puede ser ingerido, tragado: “lo que no se traga”, incluso suele expresarse en vómitos no provocados.
Un último ejemplo puede ser el ENOJO, emoción siempre difícil de expresar en la medida y de la forma más adecuada, regularmente se expresa en explosiones de agresividad y cuando no, “se traga”, se contiene, se come o “se devora”. Suele ocurrir que ante esas sensaciones y la dificultad de lidiar con ello la comida suele devorarse, tragarse tal cual ocurre de manera metafórica con la emoción.
En conclusión, la forma en que nos relacionamos con la comida puede tener un tinte afectivo, pero ¿cómo podríamos hacer que nuestra conducta alimenticia no dependa de nuestras emociones? Un primer paso es la toma de consciencia de ello, darnos cuenta de los significados y las asociaciones que hacemos con la comida, con la única intención de que a partir de ese momento podamos reconstruir una relación con la comida, resignificar lo que la comida representa a cada uno de nosotros, ello es un trabajo individual que cada persona puede realizar en un espacio de escucha de sí, en una psicoterapia, en una terapia de apoyo, etc. Conocer esos significados es indispensable para un tratamiento consciente de pérdida de peso.
Especialista
Juan Carlos Ángeles
Psicólogo
Psicólogo clínico especializado en Psicoterapia Psicoanalítica y Adicciones. Considera que la relación cuerpo-mente está en función de la historia de vida de cada uno, para conocer dicha relación es preciso el conocimiento de uno mismo y se puede lograr a partir de una terapia psicológica que permita descubrir y cambiar la forma de relacionarse con el cuerpo.