¿Cuántas veces hemos estado en un momento en el que sentimos que la decisión que tomemos cambiará toda nuestra vida? Más de una vez seguramente. Estos momentos, estas decisiones, son lo que vivimos como procesos de transición, momentos de cambio y evolución que, en repetidas ocasiones nos causan temor, ansiedad, depresión y desesperación.

¿Esto por qué sucede? Al poner a prueba nuestras “herramientas” emocionales, nos damos cuenta que, dependiendo de la situación, estas herramientas son, o no, suficientes para enfrentar ese cambio y mantenernos firmes ante esa decisión. Es decir, cuando nosotros decidimos dar un paso, nuestro estado emocional nos dará la firmeza, la fuerza y la determinación con la que lo demos.

El problema, en muchas ocasiones, es que nos forzamos a caminar sin considerar este estado emocional, es decir, tomamos decisiones más “a la fuerza” que “con conciencia”. Cuando esto sucede, no podemos caminar con la velocidad o la firmeza con la que quisiéramos, no por ser débiles o estar imposibilitados, sino porque nuestro equilibrio emocional nos hará “tambalear” en cada paso generando frustración, cansancio, tristeza y desesperación. Provocando una sensación contraria a lo que nosotros estamos buscando.

Por ello es importante aceptarnos como seres vulnerables que están en constante búsqueda de un equilibrio, es decir, aceptarnos como seres firmes pero vulnerables, decididos y con dudas, valientes y con miedos… Todo esto es parte de un equilibrio para poder darnos cuenta de que hay una gran diferencia entre lo que se quiere y lo que los límites individuales nos permiten alcanzar. El equilibrio emocional no es más que hacer conciencia que antes de avanzar, debemos saber sostenernos, estar conscientes del lugar en el que estamos parados, conocer nuestras limitantes y tener una idea de por qué queremos entrar en un proceso de cambio.

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